La próxima visita del Santo Padre a Ecuador debería ser una oportunidad para que se declare una tregua por parte del Gobierno, que ha alterado la tradicional paz social ecuatoriana de la que siempre nos hemos enorgullecido con sus injusticias como las de dejar sin trabajo, aumentando el desempleo, a prestantes funcionarios de carrera del Estado por no ser funcionales a muchas de sus ilegítimas pretensiones en la administración del Estado.
Es verdad que el Santo Padre tiene claras muchas de esas injusticias y está muy bien informado. Seguramente, ganas no le faltarán de llamarle la atención en público (‘halarle de las orejas’, decimos acá) a quien administrando subjetivamente el poder en el Ecuador que le conferimos como mandatario y que se dice católico, no lo hace con la humildad y coherencia pensando en todos, sino solo en su grupo, que defiende sus cargos y statu quo ganado. Es decir, muy distinto a como es Francisco o José Mujica, un ejemplo latinoamericano de un Presidente no narcisista.
Sería penoso que las silbatinas dirigidas a nuestras autoridades empañen la visita. Todos deberíamos guardar la cordura y demostrar que somos gente culta, dejando de lado, por esta vez, nuestras divergencias. Vamos a estar ante la mirada del mundo y lo más sensato es que las autoridades políticas aparezcan lo menos posible. Dejen, por favor, esto en manos de las autoridades eclesiásticas y por lo menos en esta visita dejen de lado su afán de figuración, para que no suceda lo que en tiempo de León Febres Cordero que ni aún así pudo empañar la visita de Su Santidad, hoy san Juan Pablo (II).