Es sorprendente observar hoy en día, cómo los seres humanos hemos caído en las garras de un caudillo llamado estrés. La forma sencilla de vida ha sido reemplazada por las complicaciones.
Existe más movimiento, menos descanso; demasiada televisión, poco sueño; excesivo involucramiento, poco ejercicio. Agreguemos a todo esto, el ruido, el materialismo, el desempleo, la delincuencia, la muerte de un ser querido, enfermedades como el sida, etc.… y restemos todo lo que estamos perdiendo, como por ejemplo, lo que antes fue apoyo de nuestra familia… restemos la desunión familiar, la rebeldía de los hijos, la inmoralidad de los padres, y multipliquemos por todos los días que tiene un año, descubriremos que es el estrés nuestro eterno compañero.
Para todas las cosas que tenemos por delante, hemos asignado una buena dosis de ansiedad y de angustia en resolverlas, causando un deterioro en nuestra salud. Lamentablemente, nuestro final puede ser fatal, si no damos la importancia que tienen la tranquilidad y la paz.
Pero, ¿qué estamos haciendo mal? Mi observación es que en este preciso momento tenemos más ocupaciones, más demandas, más cosas en que pensar, más cosas que cumplir y menos tiempo para las relaciones interpersonales. En actos tan sencillos, demostramos que estamos sumergidos por el estrés. Por ejemplo, ¿cuán grande es nuestro apuro en ir a dejar a nuestros hijos a los centros escolares?
O, el apuro en ir a los lugares de trabajo. Si por todo esto, usted no puede descansar ni dormir, le recuerdo que hay Alguien. Ese Ser único que por estar junto a nosotros siempre nos hace estar en la mayoría.
Ese Señor que con amor, sabiduría y ternura nos orienta para que aprendamos a vivir en medio de las tensiones de la vida. Es cierto que, en un mundo tan competitivo es necesario asumir mayores responsabilidades, mayor esfuerzo y sacrificio, es necesario aprender a manejar el estrés e impedir que este nos maneje a nosotros.