Orgullosa camina por las calles mostrando su nariz respingada, con la que pretende tan solo respirar aires puros. Su frente apunta siempre hacia arriba, para poder mirar a los demás hacia abajo. Su mirada petulante se especializa en desnudar la pequeñez de los demás. Sus labios mastican la esencia del pecado.
Sus oídos se nutren de palabras vanidosas que engordan aún más su ya de por sí hinchado ego. Sus brazos no se hicieron para abrazar al prójimo sino para mostrar con ínfulas, el tamaño de su grandeza. Sus piernas corren presurosas por los caminos de la insolencia. Creyendo ser dueña de la excelencia, desconoce que su destino es ser abatida.