Sí, es a Ud. a quien me dirijo. A Ud. que en Quito, el día jueves 28 de mayo, en horas de la mañana, salió a extrema velocidad de una transversal hacia la Gaspar de Villarroel, impactó brutalmente a un joven que iba en moto, y lo abandonó inmisericordemente a su suerte, botado en la calle, herido, indefenso, aterrorizado. Yo estaba ahí, en la esquina. Vi por un momento que Ud. dudó, no sabía si bajar de su trinchera o no; no sé si para auxiliarlo o para recoger esa moldura que se desprendió de su auto (me inclino a creer que para lo último, porque es evidencia). Pero su cobardía pudo más y huyó. Tanta cobardía que le obnubiló y no se percató de todos los que lo vimos, a Ud., a sus placas. Pero no creo que llegue muy lejos. La justicia lo alcanzará pronto. De su conciencia… ¡¡de ella ya es prisionero!! Cuénteme, Sr. conductor del auto blanco, ¿pudo llegar con bien a su destino? ¿Pudo dormir? ¿Qué contó a su familia de sus actividades del día? ¿Tiene paz en su corazón?