En no más de cinco minutos en los que por accidente escuché la sabatina del 24 de septiembre, el jefe de Estado -o comandante en jefe, o generalísimo, como probablemente prefiere que se le llame – afirmó que la dolarización fue decisión de la oligarquía, que ella impide al Ecuador defenderse de la desvalorización de las monedas de los vecinos, y que no es verdad que en su gobierno se han creado nuevos impuestos. Que lo que ocurre es que el exbanquero falta a la verdad puesto que menos del diez por ciento de la población económicamente activa paga impuestos, pues, para que lo haga, se requiere que una persona gane al menos USD 10 000 al año.
Si bien es verdad que a la RC le quedan pocos meses de gobierno, no deja de ser peligrosa su permanente repudio a la dolarización y su deseo ferviente de tener una moneda que le permita devaluar a su antojo. Toda la ciudadanía está consciente que el dólar le ha permitido acceder a préstamos de mediano y largo plazo para adquirir electrodomésticos, vehículos y vivienda, dejando atrás las pérdidas enormes que le ocasionó la constante devaluación del sucre en las décadas de los ochenta y noventa. Los exportadores y los sectores de ingresos altos estarían felices con las devaluaciones, pues tendrían ingresos en dólares y gastos en sucres devaluados.
Y en cuanto a los nuevos impuestos en estos casi 10 años de RC, solo basta recordar: aumento de la tasa de impuesto a la renta de 25 a 35 %; impuesto a los dividendos y transferencias de acciones; impuesto verde a los vehículos; impuesto a la salida de divisas, que incluye importaciones de cualquier naturaleza; aumentos significativos de los aranceles de importación; salvaguardias, que han llegado al 45 %; incrementos brutales en el ICE para bebidas gaseosas, vehículos, licores, cigarrillos, entre otros; impuesto presuntivo a la renta, aunque la empresa tenga pérdidas. Esta catarata de impuestos, más el irrefrenable gasto púbico, han convertido a Ecuador en un país caro, con dificultades para competir en los mercados internacionales.
El micrófono aguanta todo, pero irrita la subestimación de la capacidad intelectual del ciudadano.