Nuestro apego al pasado, el desprolijo estudio de la historia y la surrealista confusión ideológica, muchas veces, nos inducen a interpretar las tendencias políticas como si fuesen componentes de una sui géneris rosa de los vientos conformada por los imaginarios “puntos cardinales”: “extrema derecha”, “derecha”, “centro-derecha”, “centro”, “centro-izquierda”, “izquierda”, “extrema izquierda”, “derecha-derecha-centro”, “derecha-centro-derecha”, “izquierda-izquierda-centro”, “izquierda-centro-izquierda”, “izquierda-verdadera”, “derecha-verdadera”, etc…
Es decir, seguimos encandilados por viejos y hasta extravagantes membretes que ya nada significan y que más bien nos dificultan mirar el cristalino cofre que contiene la única alternativa real para la conquista del bienestar colectivo cuyo fundamento es la primacía absoluta del ser humano, como tal, sobre el sistema. En realidad, dicha alternativa está -siempre ha estado- ahí, ante nuestra conciencia, y no nos hemos esforzado en rescatar su esencia, por nuestra proverbial reticencia a revolucionar nuestro espíritu y cambiar radicalmente la visión egoísta y materialista de la vida que nos domina.
Cuando la participación de todos en la sociedad sea efectuada bajo la inspiración y práctica de los más altos valores espirituales y trascendentales, con seguridad que la alternativa para la consecución del bien común se materializará casi por añadidura. ¿Será una utopía que intentemos ser los pioneros de un nuevo humanismo que conduzca -no solo a nuestro querido Ecuador- hacia una nueva era, donde la justicia verdadera, la libertad integral y el amor -en oposición a la tiranía y “odio de clases”- finalmente sienten sus reales?