Desayuno en mi oficina leyendo las noticias (on line, como debe ser hoy, aunque prefiero el periódico de papel) y me encuentro con algo que si bien sabía, me hace perder interés en la humeante taza de café. ¿Quién es la Primera Dama de Siria? Una guapa inglesa nacida en 1975, de familia acomodada y que estudió en los mejores colegios y universidades de Inglaterra.
Se graduó en Finanzas y Computación y trabajó para el grupo multinacional J.P. Morgan hasta cuando se cruzó en el camino del presidente de Siria, Bashar al Assad.
Rápidamente se ganó el corazón del pueblo por su belleza y don de gentes, pero de a poco el poder también se le subió a la cabeza.
Ropa finísima de las mejores marcas y diseñadores, zapatos de lo mejor, de suelas rojas, joyas como solo se ven por esos lados y, en general una vida suntuosa mientras se desarrollaba la “revolución” en Siria. Ha tenido el mérito de ser “fiel” a su marido y a las “causas” de este, como la de transformarse en un dictador que ha provocado una guerra civil propia de los que se creen la reencarnación del mismo Alá y dueños de vidas y haciendas y que ha costado millones de víctimas y desplazados que vagan por Europa, en busca de quien los reciba.
La ‘Rosa del Desierto’, como fue llamada pomposamente, Emma es hoy considerada tan culpable como su despreciable marido, al que -como no podía ser de otra manera- nuestro inefable gobierno apoya.
Ellos, el presidente–dictador y su mujer, siguen con su ostentosa vida como si fuera de palacio nada pasara, sino tan solo el afán de aplastar, a fuego y sangre, a un grupo de revoltosos que quieren acabar con su gobierno “legítimamente constituido”.
Alguien debería poner el cascabel al gato, pero las grandes potencias juegan sus propios juegos (EE.UU., las potencias de Europa y, claro, Putin, el dueño y padre de todas las Rusias). La matanza y la diáspora del pueblo sirio siguen incontenibles.
Si cuando desayunas ves a una Emma o a una Cristina en Argentina, forradas de dinero, ¡del dinero del pueblo que dicen amar! ¡Viva Evita! Contradicciones de contradicciones. Una oración por el masacrado pueblo sirio y los refugiados.