Comprender la dimensión de una madre es tema para escribirlo en varios volúmenes, tratando las diferentes ciencias humanas. Cuando se es niño vemos a la madre como a ese dulce y fiel ángel de la guarda que junto a sus hijos está todo el tiempo en múltiples circunstancias entregando su amor, ejerciendo su divina vocación. Es la madre todo lo imaginable e inimaginable; es la heroína a quien vemos superdotada de poderes y virtudes. Nos enseña a rezar y a diferenciar los peligros; el bien y el mal. Nos alimenta con su seno y sus ternuras.
En la adolescencia y juventud la madre se convierte en gran maestra, en supervisora de nuestros actos; en sabia consejera; en celosa guardiana. Aparecen tal vez los primeros conflictos en la relación con ella, por tratar a veces de anteponer nuestra voluntad y decisiones a las suyas. Por la efervescencia de la edad nuestra, no captamos ni comprendemos en su real dimensión a ella; pero es y será nuestra amiga del alma.
Ya en la edad madura, los hijos conforme avanza la vida, la imagen de la madre va creciendo de una manera asombrosa y admirable.
Este ser se transforma por la gracia de Dios en un personaje venerable e irremplazable, capaz de unir a su familia de convocar a su alrededor a sus hijos y a las generaciones siguientes. Parecería que ha logrado el grado de la santidad. ¿Quién como la madre? ¡Nadie!
En el Día Universal de la Madre, nuestro amor, gratitud y veneración a ellas por todo el amor sembrado, cuya abundante cosecha es toda de ellas y para ellas. Dios les bendiga por siempre Madres, invalorable fortuna y motivación.