Los ecuatorianos que recorremos con holgura la llamada tercera edad, hemos sido testigos y hemos vivido en carne propia el sube y baja, verdadera montaña rusa de la vida política del país.
Hemos visto a veces con ilusión, optimismo y alegría cómo el país aparentemente se enrumbaba por la ruta del progreso y el bienestar, para luego, inmediatamente, sentirnos invadidos por la desilusión, el pesimismo y la amargura de ver cómo caíamos al mismo nivel o más bajo del que estábamos antes.
Hemos experimentado o sufrido gobiernos así llamados de derecha, de centro, de izquierda, de arriba, de abajo para convencernos que lo único que ha funcionado es el populismo más descarado e inmoral (con una o dos excepciones que confirman la regla).
Estamos entrando a un nuevo período electoral y si la historia sirve para algo, creo que es hora de reflexionar seriamente por qué camino decidimos enrumbarnos en el futuro cercano. Dentro de esta filosofía creo firmemente que la única vía que nos queda, para tratar de salir de este ostracismo, es la no reelección total y absoluta; que el Presidente que venga tenga claro que esa será su única y última vez.
La esperanza es lo último que se pierde. Confiemos que con ese criterio, nuestros mandatarios tomen las medidas que le convienen al país y a los ecuatorianos no las que demagógicamente creen que les ganará más o menos simpatías, que en las decisiones no influya el argumento del costo político, ya que este no existirá, que la imagen que refleja el espejo sea la del bienestar de los ecuatorianos y no la que al caudillo de turno le interese; que se piense solo en el progreso y bienestar del país y no en su nueva y posible reelección, y peor todavía en su eternización en el poder.
Ecuatorianos, hagamos este intento. Ya hemos probado todo sin éxito, pero nuestro país definitivamente se merece días mejores.