Volver a Cuenca después de muchos años constituye una experiencia inolvidable y un gozo material y espiritual sin límites, es una ciudad que se acerca a los 500 000 habitantes con todo el progreso y adelantos de una urbe moderna pero que ha sabido mantener su soberbia estructura colonial, matizándola con colores agradables a la vista y gustos más exigentes. Basta recorrer sus estrechas calles con sus bellos adoquines y sus cómodas aceras, admirar las casas multicolores y sus balcones de hierro forjado y madera fina que lo transportan a un pasado colonial majestuoso que le hace revivir la galanura de una ciudad que ha sabido cuidar su patrimonio y ser reconocida por la Unesco como la cuna de la cultura en el año 2000.
Sus iglesias, una mejor que otra, quizá al paso de cada esquina, la Catedral vieja y la nueva regalan al turista nacional y extranjero una belleza arquitectónica única, mezclan sutilmente el arte antiguo con el moderno que es el orgullo de los cuencanos tan católicos y devotos de sus tradiciones. Santa Ana de los cuatro ríos, como ha sido bautizada, tiene el aspecto de ciudad europea, donde el río es la expresión poética del lugar y el encanto de los que viven en ella, el Tomebamba con su bellísimo barranco, el Yanuncay con la chola cuencana, el Tarqui y el Machángara que la rodean majestuosamente le otorgan un sello de distinción y arrogancia. Los museos y centros culturales e históricos siempre abiertos al público, el comercio dinámico e intenso, las artesanías de paja toquilla, la cerámica, mueblería fina, joyería, neumáticos que ha rebasado sus fronteras. Hoteles confortables y modernos que acogen al turista con calidez y buena atención. La Atenas del Ecuador, noble y generosa, altiva e ilustre, vocación de servicio al afuereño es una garantía para regresar a visitarla siempre. Por todo eso te quiero…Cuenca.