El político avivato habla por todos y todas. Cuando comete un error nunca aprende la lección, no rectifica y busca responsables. Cree que todo lo que ocurre depende de él, que manipular los hechos es normal. Nunca enfrenta los retos, huye de ellos. Nunca cumple su palabra, dice ser lo mejor y bueno para todo es un mesías. Nunca escucha, es pleitista y agresivo, lo que le hace auténtico.
Nunca respeta las leyes, normas, reglamentos ni principios. Persigue a los que saben más que él y nunca aprende de los demás. Es impulsivo e irresponsable, sabe que existen mejores formas de hacer las cosas pero busca contradecir a sus interlocutores. Se fija en el medio que le rodea y sabe dónde debe causar daño, es intolerante.
Sabe que el tiempo es valioso y busca la manera de consumirlo. Nunca es innovador ni creativo, siempre busca el conflicto, si algo le sale bien disfruta con cinismo.
Un mal político nunca es parte de la solución pero sí del problema, elude responsabilidades. Cuando comete errores culpa a los demás de su fracaso y se libera de toda culpa, se siente víctima de la adversidad y de sus “enemigos”. Cree en la mala suerte y la buena fe. Está excesivamente preocupado por el futuro pero deja pasar las oportunidades del presente. Vive dando vueltas sobre el mismo tema, así mantiene ocupados a los ciudadanos. No busca soluciones pero siempre encuentra culpables.
No está seguro de nada ni de nadie, justifica todos sus errores, dice ser menos malo que los “otros”.Un perdedor gasta su tiempo en psicodramas, imagina, manipula, hace de su discurso una epopeya para atacar a quienes más saben para adjudicarles todos los males y justificar perseguirlos. Habla solo de su ‘yo’, le agradan la polémica, el maltrato y la ofensa. Es insidioso y siempre marca la agenda de la discusión. ¿Quién gana o quién pierde?, ¡Gana la impunidad y pierde el pueblo!