Ingresar a la participación política directa para servir a los demás es una decisión noble no exenta de riesgos para la vida personal. Usualmente se la suele ver como una ambición subalterna para satisfacer un ego o como la vía para enriquecerse. Pero si realmente se quiere hacer política honesta encausada para trabajar por la prosperidad del país, dicha participación se la debe analizar con un enfoque positivo y constructivo. Esto pretendo hacer al decir que en esta campaña electoral podemos resaltar varios aspectos con ética política.
En primer lugar debo destacar la numerosa participación de las mujeres en el trabajo político, no solo como satisfacción a la exigencia de una norma legal sino como una inclusión cualitativa importante de algunas candidatas a dignidades relevantes. Hemos comenzado a percibir su espíritu de sacrificio, buena preparación académica e intelectual en mujeres que han aceptado el riesgo de participar activamente como candidatas a vicepresidentas o asambleístas. Algunos pronunciamientos racionalistas y plenos de evidencia empírica, van a enriquecer el recurso humano con novedosa energía política.
El surgimiento de nuevos nombres que han decidido entrar directamente a la arena política es bueno para el futuro del Ecuador, porque se trata de jóvenes que han estudiado dentro y fuera del país para tener los conocimientos suficientes en materia de ciencia política, economía, relaciones internacionales, ingenierías, derecho y otras materias afines a la difícil tarea de gobernar. Esta nueva gente debe ser estimulada para que haga política todos los días, de sol a sol, como única manera de posicionarse seriamente en un escenario político permanente y +no solo cuando hay elecciones.
Es evidente que hay crisis de liderazgo, si vemos a los que insisten en presentarse como candidatos, incluso personajes antiestéticos luego de fracasar recurrentemente en sus ambiciones.
El ver dadero líder hace sacrificios personales frente a su familia, carece de tiempo para otras actividades remunerativas, se expone a la vida pública y debe ser impoluto, para ser creíble y prestigioso. Debe, además, formar un equipo, un partido político moderno y decente, con solvencia y coherencia ideológica e intelectual.
El líder no se consolida solo porque tiene dinero para una campaña electoral sino que debe hacer planteamientos correctos y acertados para el momento que vive el país. Por ejemplo, debe provocar que el autoritarismo tenga capacidad de rectificación y de control de la corrupción, hacer estudios de eficacia del Gobierno actual sustentados en evidencias y decir cómo migrar hacia un manejo austero y racionalista del presupuesto sin represar a una economía vulnerable como la nuestra. Ojalá se debatan estos temas esenciales ahora o en el 2017.