Lamentablemente, las políticas dirigidas a los jóvenes parten de que estos no son capaces de asumir responsabilidades, y que las consecuencias de sus actos se pueden aliviar tomando simplemente una píldora. La distribución a diestra y siniestra de una serie de métodos anticonceptivos, solo promueve una precoz y distorsionada introducción a la vida sexual de nuestros jóvenes. Debemos concentrarnos en un cambio de estrategia, depositando menos confianza en la química y más en la educación.
Es más fácil repartir medicación que tomarse el tiempo de proporcionar una educación sexual seria y responsable, centrada en el respeto a la dignidad mía y del otro.
Sin duda, es más cómodo y más sencillo, difundir métodos anticonceptivos y abortivos que diseñar e implantar programas creativos de formación integral de los adolescentes, en los que se tengan en cuenta los aspectos propiamente humanos de la sexualidad. Quizás la educación integral sea un camino más largo, menos populista, pero, sin duda, beneficia más a nuestros jóvenes ya que, en último término, el sexo sin humanidad es sexo sin felicidad.