El país de los mendigos

Con tal de ganar una contienda política, otra vez se recurre al hambre y a la necesidad de las clases desposeídas, no para ayudarlas sino para servirse de ellas. El incremento al Bono de Desarrollo Humano, nunca dejó de ser una triste limosna con la que el gobernante compra votos o capta una irrisoria simpatía del populacho: muchedumbre llena de inseguridades, ignorancia, fácil de manipular y que se deja comprar con pocas monedas, sacrificando así su esencia de ciudadanos con reales derechos.

Una sociedad que regala y no enseña a producir e ingresar en el ámbito laboral; una nación paternalista que no promueve el trabajo, la lógica inversión, la microempresa, es una nación que condena a sus habitantes a la mendicidad.

Todo lo que se invierte en tal bono debería servir para crear nuevas vías de generación económica en todos los sectores y por tanto no es justo que condenen a nuestros pobladores a la ociosidad y al comodismo de esperar 50  dólares para cruzarse de brazos y dejar de ser útiles. Al regalar unos devaluados dólares se les arranca dignidad, capacidad de esfuerzo, creatividad; se condena al pueblo a la marginalidad y a la mendicidad.  

La ayuda social debe encaminarse hacia gente de la tercera edad sin ingresos, hacia personas con discapacidades para laborar y no a individuos jóvenes y saludables que pueden ser agentes de producción. El Gobierno, con su concepción de ‘padre bonachón’, echa a perder a sus ‘ciudadanos hijos’ y los conduce al fracaso mental, moral y económico. Un país  inteligente valora a sus habitantes en su creatividad y los impulsa a conquistar logros, no los sienta a extender la mano en una ventanilla donde se vuelven menos personas.

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