La sustitución de los logros legítimos por actos o satisfacciones imaginarias son tan peligrosos como adoptar la costumbre de refugiarse en los ensueños diurnos o fantasías que diariamente ofrecen los mercaderes de ilusiones, muchas personas se han especializado en crear mundos ideales a favor de sus propios intereses.
El exceso de ensueños diurnos no solo quita tiempo y energías sino hace que la gente no aprenda a resolver sus problemas de manera real y consciente. La costumbre de leer, ver u oír novelas románticas, escuchar música con mucho ritmo, sin mensaje ni contenido pero con mucha carga de afectividad, sentimiento o esperanza destruye el mundo real de las personas.
Si la gente se llena de promesas, ofertas, ideas irrelevantes, revistas, panfletos o periódicos que le dibujan un mundo de ensueños es como invitarlas a vivir la trama de una de las tantas novelas que se transmiten en horarios oficiales y estelares.
La vida real y sus problemas tiene por costumbre hacer añicos el mundo imaginario de encantadores e ilusionistas que hacen que la caída sea muy estrepitosa, distorsiona la perspectiva de la vida de mucha gente y embota su personalidad. El riesgo de querer convertir a los pueblos en zombis para que luego recobren parcialmente la consciencia por obra y gracia del mago que las somete tiene un alto costo para las actuales y futuras generaciones. Hacer realidad los sueños no es lo mismo que vivir en un país de ensueños.