Quiero contarles una pequeña historia, tal vez como un mensaje a los médicos, para que no olviden su juramento, y a los familiares de personas adultas para que nunca olviden a quien les dio la vida.
El 2 de junio llevé a mi mamá a emergencia de un hospital privado, porque estaba muy débil y temía una neumonía. El resultado fue que su potasio estaba muy alto.
El médico indicó que había que ingresarle a terapia intensiva y empezar diálisis. Sobre la terapia dije que no tengo dinero. Y acerca de la diálisis dije: Tiene 85 años, déjenla tranquila.
Así que nos enviaron al Hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Ahí tuvimos el mismo diagnóstico y la misma sugerencia para el tratamiento. Yo firmé un papel en el cual no autorizaba ningún tratamiento invasivo. Y aunque los médicos dijeron que duraría unas pocas horas, les contesté que solo Dios sabe cuándo nos lleva.
Del hospital nos enviaron a un centro de geriatría para que reciba cuidados paliativos. Allí encontré de todo, menos esos cuidados, así que la trajimos a casa.
Han pasado ya dos semanas y mi mamá está nuevamente caminando, comiendo. Y su famoso potasio, que el día 2 estuvo en 8, ahora está en 5.9. No sé si es un milagro o el amor que ella sintió.
Pero les comparto mi pequeña historia, para que tanto médicos como hijos nos tomemos un minuto antes de tomar decisiones definitivas sobre la vida de alguien más, que solo Dios la tiene.
No sé si ella vivirá una semana, un mes o un año, pero sí les puedo decir que cuando llegue su hora, va a estar feliz, rodeada de la gente que la quiere y no sola en una habitación de un hospital, sin nadie que tome su mano.