Cuando toda la tragedia del covid-19 inició, parecía incluso que iba a ser una medida corta, un stop temporal en toda actividad para evitar la muerte de cientos de personas y ya estaba, que nos pedirían que estemos en casa y hasta la publicidad lo había romantizado, parecía idílico incluso, una familia muy unida en una casa enorme la cual parece que está viviendo las vacaciones de su vida antes que guardando un encierro forzado.
Sin embargo, la realidad es diferente, negocios que cierran a diestra y siniestra. Esta situación le ha clavado un puñal al plan de vida de cientos de miles de personas y al sacarlo solo se han derramado los contenidos negros que el velo de normalidad ha sabido esconder.
¡Corrupción, sobreprecio, violencia intrafamiliar, muerte, hambre, pobreza! Es el cántico de los medios de comunicación hoy en día, lo primero en salir fue la incapacidad del Gobierno por hacer nada por la ciudadanía, creyendo que se podrían seguir con las mismas fechorías de antaño, y una gobernación que resulta ser más un concurso de popularidad que antes de producir buenas medidas produjo chistes y chascarrillos a expensas de quienes, ya sabemos, no son los más brillantes en el poder, familias sometidas a abusos por uno o más miembros quedaron visibilizadas, después de todo es más aguantable convivir con el enemigo cuando no se lo tiene a un lado todo el día, y finalmente el trazo final en la hórrida obra del circo de la corrupción, la quiebra del empleador y emprendedor.
Ya cuando se sale del marasmo de las noticias mencionadas, entramos en la realidad que no se ve, cientos de miles de estudiantes con carreras o estudios truncados porque lastimosamente no todos pueden tener clases virtuales, o su internet no les permite hacer nada. Gente que sale a la calle a pesar de que pueden contagiarse porque no tienen un centavo para comer o pagar arriendos, que no soportan el llanto de sus hijos que les piden algo para comer y no pueden entregárselo. Y la pregunta en verdad es esa ¿Hasta cuándo, Padre Almeida?