Montesquieu decía “lo que mejor hace un ser humano es aquello que sigue su instinto natural”; aforismo que le permitió formular teorías que se oponían rotundamente al establecimiento de leyes elaboradas sin recoger los usos y costumbres de los pueblos, calificándolas al conjunto de estas como “tiranía”; las mismas que frenaban el comportamiento inapropiado de los hombres, pero no la corregían; cuando el peculado apareció en Roma, se aplicó un castigo consustancial al delito, devolver lo robado; así mismo podríamos decir que si un alumno del Mejía no viste correctamente su uniforme, deberíamos persuadirlo a buscar una institución que no lo exija; el escarnio o el castigo físico no es el camino para corregir a un estudiante, mejor hurguemos en su subconsciente diría Freud; y es que, el suplicio exacerba el vicio; un joven no puede disciplinarse por dictámenes pomposos concebidos unilateralmente desde los cenáculos académicos. No basta el imperativo ¡Sed buenos!; padres de familia, inspector del colegio Mejía, y estudiantes, no nos quedemos embelesados mirando el escaparate donde lo último en tecnología encandila nuestras miradas, recorramos toda la estancia, hasta ese rincón virtuoso, pero cada día más olvidado, y desempolvemos el pincel, el libro, la bici o el violín, que nos conducirán sigilosamente por ese largo camino, poblado únicamente de rosas, hacia ese puerto anhelado llamado disciplina.