Cuando éramos estudiantes, con el clásico ¡chócale para la salida!, zanjábamos nuestras desavenencias entre compañeros.
Después de clases, buscábamos algún callejón, zaguán o potrero, lo suficientemente alejado del colegio, para que no nos sorprenda algún inspector o autoridad, para liarnos a trompadas. Siempre teníamos partidarios a nuestro favor o del contrincante, que nos alentaban o nos chiflaban, hasta que alguno de los dos se daba por vencido. “Sin patadas en el suelo ni golpes bajos”, decían. Nadie intervenía, únicamente los rivales se las arreglaban. Muchas veces esas peleas terminaban con un buen apretón de manos, con algún ojo morado o con un poco de sangre que salía de alguna de las narices. Eso lo hacíamos de muchachos, en la adolescencia.
Sin embargo, ahora vemos con desencanto que esos desafíos han evolucionado y, el propio Presidente de la República que, a veces más parece presidente de algún consejo estudiantil, reta a uno de sus opositores a medirse a trompones para que vean que él es todo un macho, que se enfrenta a quien se atreve a discrepar de su manera de conducir el país.
¿Adónde ha ido a parar la majestad de la Presidencia de la República? ¿Es que a puñete limpio se van a resolver los problemas de la nación? ¿En qué lugar quedó olvidado el papel de estadista que debe ejercer la máxima autoridad del país? ¿Qué clase de ejemplo está dando el Presidente a la juventud ecuatoriana?