Las protestas estudiantiles de Mayo del 68 que se iniciaron en París, en contra de la sociedad de consumo, principalmente, y que se extendieron por Europa y otros continentes, generaron una inmensa solidaridad con los pueblos que sufrieron revoluciones o fueron víctimas de cruentas guerras, además de encontrarse oprimidos por el imperialismo.
En aquellos tiempos, el contenido del grafiti: “prohibido prohibir”, entre los más populares que se expresaron en las paredes de la ciudad de las luces, probablemente entrañaba la clave del sentimiento de inconformidad con la realidad de ese entonces –nada halagüeña- que estaba heredando la juventud en una sociedad que acumulaba graves defectos.
Esa pudo haber sido la simiente para que, en el mundo desarrollado, florezca la tendencia del joven moderno por lograr su independencia (sus padres ya no serían sus dueños), y actuar bajo sus propios paradigmas: plantearse y lograr metas que le produzcan un mediano confort y una sana satisfacción espiritual (hacer lo que le gusta, pues la acumulación de riqueza material ya no está en sus planes); enfrentar con la verdad el reto de vivir; hacer suyo el conocimiento, propendiendo a niveles de excelencia; ejercitar el cuerpo; proponerse como norma de vida el respeto mutuo; aprender idiomas para comunicarse con sus semejantes en regiones diversas; participar en política para ser actor de los hechos relacionados con el desarrollo de la comunidad; practicar la solidaridad involucrándose en proyectos y acciones de ayuda efectiva a los seres vivos; y, cuidar de su hábitat: protegiendo el medio ambiente.
Esta nueva corriente empieza a crecer en Ecuador, su influencia, la magnífica educación que brindan las buenas universidades (sería de desear que fueran todas) y el fácil acceso a la información global, colaboran en el proceso formativo de estos nuevos ciudadanos, dueños de su propia filosofía de vida.