Gracias al Diario EL COMERCIO, unos años atrás publiqué un mensaje, en plena ebullición de la revolución del Señor Presidente y, que a continuación repito: Niños sin esperanza: Malabarismo, contorsionismo, saltos y brincos y más demostraciones, “asignaturas” que los niños de la calle realizan diariamente como forma de “vida escolar básica” a lo largo de toda la urbe. Son los niños de la calle que no tienen esperanza, que a pretexto de trabajo y dinero reciben la humillante caridad de la limosna, que a la postre los conduce al robo, droga, asalto, al asesinato, irremediablemente. Este es el cuadro desolador que nos perturba y aflige y somos los adultos los que perjudicamos y hacemos daño a los niños, en los más diversos aspectos.
Congratula los programas que impulsan los medios de comunicación en bien de los niños, pero a su vez preocupa porque los percibimos como coyunturales y temporales. Hace unos días fui flanqueado y rodeado por media docena de niños y niñas que, ha pretexto de ofrecer sus productos: dulces, caramelos y chocolates, me llevaron a la ofuscación y terminé despojado de mis pertenencias, billetera, documentos y celular. No les hice daño, consideré que tenían hambre y no la culpa. País que no protege a su potencial humano está condenado al precipicio.
No podemos convencernos, peor permitir que una obra que funciona y estaba funcionando, sea destruida y desaparezca. El Centro del Muchacho Trabajador, creado por el sacerdote John Halligan, se constituyó en un hito de solidaridad social en beneficio de los niños de la calle. Ruego a usted, Señor Presidente, acudir sin dilación a defender y proteger a los niños de la calle.