Hay una suerte de indisolubilidad entre muros y murales en cuanto a su convivencia, no así en su concepción; me refiero a los muros que existen o se están concibiendo en la mente perversa de poderosos políticos para separar a los seres humanos; los unos concebidos desde el odio, la intolerancia y atavismos medievales; los otros, desde los dictámenes más profundos de nuestro interior.
Los murales, al ser depositarios de expresiones artísticas por medio de la pintura, pueden estetizar esa faz emanadora de sombras, consustancial a la naturaleza de un muro, convirtiéndole a este en un cuerpo viviente, evocador de manifestaciones culturales, ocultando el oscuro propósito con el que ha sido erigido y rompiendo su infranqueabilidad entre los pueblos, en favor de un desplazamiento libre y soberano en las fronteras. Murales… no Muros entre EE.UU. y México. Entre Jerusalén del Este. Entre las dos Coreas. Murales… no Muros entre Cataluña y España.