En Alemania renunció el presidente Christian Wulff y la canciller Merkel se ve obligada a buscar al sucesor en acuerdo con los partidos de oposición. Por el escándalo de tráfico de influencias, el ex Presidente, al dimitir ha aludido la pérdida de confianza del pueblo y “por esta razón ya no me es posible ejercer el cargo… en el país y en el exterior como es debido”. Aunque tal pérdida no sea una expresión masiva, ha de resaltarse la evidente sensibilidad de quien no tiene menos que dar un paso al costado y permitir que la institucionalidad y la moral que sustentan la convivencia social continúen vigentes e incólumes. Lo otro sería atentar contra esa integridad social e institucional. En Ecuador, sucesos similares no provocan esas conductas y el escenario es diferente. El Presidente, frente a denuncias sobre corrupción, lejos de actuar en función del interés social, no solo reacciona en contrario de lo que ocurre en otros Estados sino utiliza mecanismos legales y judiciales que aparentemente legitimarían su defensa y, hasta salir indemnizado jugosamente con dudosas defensas de su integridad moral. En Alemania no se ha privilegiado la moral ni el interés del individuo sino los de la sociedad y su credibilidad ante el mundo; en Ecuador se ha precautelado el interés de uno frente al de catorce millones. Eso nos tiene en crisis y es una razón por la que nos tienen, lamentablemente, como una ‘banana republic’.