José Millán – Astray fue un Coronel español, que actuó, oscuramente, en la guerra civil española. No hubiera trascendido en ningún capítulo de la historia, a no ser por una desafortunada intervención verbal para oponerse a Don Miguel de Unamuno.
Se dice (existen dos versiones que voy a reproduje aquí) que ante un discurso de Don Miguel, el Coronel gritó:
Primera versión: Millán-Astray exclama irritado «Muera la intelectualidad traidora, viva la muerte»
Segunda versión: o como afirman otros, exclamó: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!»
En cualquiera de los casos, se evidencia una repulsa del Coronel Millán – Astray al intelecto, hacia la inteligencia. Expresión propia, cualquiera de las dos, de una persona carente de raciocinio y de cultura, pletórico de intolerancia, y, lo más lamentable, exaltado por el ejercicio de cierto tipo de poder. Cuando una persona, ostentadora de poder, hace uso de cualquier herramienta para acallar las expresiones que contradicen su pensamiento, están imitando la explosión verbal de Millán – Astray, están reproduciendo una intolerancia irracional y rindiendo culto a la ignorancia.
Los gritos actuales que se asimilan a los de Millán – Astray, se disfrazan con Leyes de Comunicación absurdas y represivas, se evidencian en judicializaciones grotescas y ridículas, se apuntalan con aparatos judiciales sumisos y sin raciocinio, ni legal ni lógico, se imponen con triunfos legales con dictámenes impuestos a punta de copias de sentencias pre fabricadas, se evidencian en la práctica de payadas judiciales, ostentosas y groseras, contra quienes denuncian corrupción o cuestionan actuaciones débiles de autoridades de control, se materializan en demandas que no tienen ningún sustento legal, se imponen con jueces que no cumplen con su deber legal o ético, buscando recovecos judiciales para justificar sus sentencias.
Esos son los Millán – Astray de la actualidad, en el Ecuador y en muchos países donde la voluntad de una sola persona se impone como Ley, digan lo que digan las instancias legales, los códigos y las leyes, los reglamentos forjados, y lo que diga la opinión ciudadana. Estos gritos disfrazados son una manifestación de oscurantismo, de ignorancia y de voluntarismo carente de entendimiento.