La entrevista que el fiscal del Guayas concede a EL COMERCIO el 23-6-2011 revela a las claras el estado de postración de los funcionarios propuestos a la administración de Justicia.
Se puede extraer conclusiones:
1) El fiscal siente mucho temor a actuar y ejercer las funciones que le competen;
2) En lugar de comportarse en estricto apego a estas, se preocupa más de su ‘buen nombre’ y de las consecuencias que puedan acarrear sus decisiones;
3) Los ‘principios’ -como él los llama- a los que acude son el futuro de su carrera política así como el impacto negativo en la de su padre y su hermano;
4) Recibe muchas presiones que son las que lo tienen paralizado;
5) Por tratarse de un ‘tema delicado’ no desea afrontarlo y prefiere hacer todo lo posible para evadirlo y así ponerse al resguardo de futuros cuestionamientos.
Esta actitud pone de manifiesto una incongruencia profesional y una paranoia política que a los ciudadanos nos pone los pelos de punta y autoriza los más sombríos presagios sobre el futuro del caso Chucky Seven.
Pero aún más alarmante que la incongruencia, es la paranoia política y el delirio de persecución que se vislumbra fácilmente detrás de sus declaraciones. Para el fiscal solo hay trucos, astucias y engaños premeditados, con el propósito sistemático de agredirlo personalmente por lo que, un saludable lavado de manos, le caería de perlas.
¿Por qué no pensar en cumplir valientemente con su deber y, actuando con hombría de bien, asumir sus responsabilidades para con el país?