Desde cuando a un ministro del actual Gobierno se le ocurrió calificar el fenómeno delictivo como “percepción”, hasta la actualidad, hay un trecho muy notable. ¿Qué ecuatoriano, que no sea un niño, no está afectado por la pasión del miedo?
Entre las pasiones humanas más notables están la cólera, el odio, los celos, la venganza, el resentimiento, la envidia, mereciendo capítulo aparte los odios familiares y profesionales.
Revisando las enseñanzas que nos proporcionaron en la Universidad Central, hace tiempo, recordamos la lección sobre las raíces de la pasión miedosa: la orgánica y la psíquica. Nos dijo el maestro de psicología jurídica que el miedo es uno de los estados psíquicos más primarios que cabe imaginar. Mucho antes que el hombre llegase a experimentar la “angustia existencial” que, para Martín Heidegger constituye la vivencia básica de la humanidad, fue ya víctima del miedo.
El miedo puede generar hasta una parálisis parcial del cuerpo; como también el aumento brusco del tono del sistema nervioso simpático, producido por la descarga de adrenalina de las cápsulas suprarrenales.
Basta observar la conducta de una persona que retira un poco de dinero del banco: mira a un lado y a otro para percatarse que los delincuentes no lo persiguen. Aunque se trate de un teléfono celular, el miedo es porque, con cuchillo en mano, lo despojen. Aun dentro de la habitación, las personas están intranquilas asegurando las puertas de la casa con cuanto pueden. Para tener aviso de la presencia de ladrones, todos tienen canes; y las paredes del cerramiento aparecen con alambradas eléctricas, o con pedazos de vidrio. Los ladrones ya no respetan ni los recintos sagrados de las iglesias, ni tienen compasión al privar de instrumentos de enseñanza a colegios o escuelas que imparten educación a niños de las familias más pobres. Las pandillas proliferan; las paredes las manchan con signos. Si se acude a un partido de fútbol, el miedo es que se desate una batalla campal con resultado de heridos y hasta muertos. El extremo está en el hecho de haber destrozado los ornamentos de la avenida Naciones Unidas, en Quito.
El miedo ya es de todos; han sido víctimas incluso las propias autoridades.
Los dirigentes políticos, en especial con autoridad, deberían meditar sobre sus actitudes de intolerancia y uso de la represión física; o jurídica, por medio de juicios contra los ciudadanos. Seguramente no es intención de ellos, pero en la base social está creciendo un sentimiento de odio contra aquellos a quienes califican de pelucones, calificativo que ciertos individuos de estamentos inferiores, adjudican ya a cualquier persona de la clase media que dispone de alguna comodidad.
Observamos a mucha gente con el insulto a flor de labios y presteza para ofender, cual si la vida en sociedad fuera un campo de batalla.