No sé si tuvo 98 o 100 años al morir. O, a lo mejor, tuvo todos, a juzgar por su inmensa sabiduría o por la lucidez con que narraba muchos de los acontecimientos políticos y sociales del Ecuador del siglo pasado.
Doña Olga Torres de Miranda murió después de haber dejado una estela de luz y de enseñanzas en todos sus alumnos. Una profesora de primer grado es algo así como una segunda madre, puesto que a uno le enseña las primeras letras, pero también le enseña el sentido del orden, del aseo, el respeto a los demás, el valor de la justicia, de la libertad y la solidaridad. Y esos principios no se pierden jamás, a pesar de los avatares de la vida o de los éxitos y triunfos que esta nos depare.
Mi maestra de primer grado fue siempre un referente. Estaba pendiente del futuro de sus estudiantes. Seguramente, doña Olga está descansando en paz, al ver que el fruto de su trabajo se ha cristalizado en personas que trabajan por el bien de la Patria.