Existen varias versiones sobre el origen de esta palabra, que nombra también a varios lugares, que a lo mejor sean uno solo, o no exista y sea producto de una imaginación febril o superdotada; como febriles son los acontecimientos que suceden en ese lugar. Así, solo en Macondo, un coronel muerto, habla a “su pueblo”; se pasea su ataúd por las calurosas calles, pero él no está dentro; regresa luego del paraíso en forma de “pajarito” y da la bendición a uno de sus hijos predilectos, el más juicioso, el más “maduro”. En otro rincón de Macondo, un venerable anciano piensa en voz alta y dice su verdad sobre “la loca” “de su vecina y su marido “el tuerto”; siguiendo por sus altiplánicas calles, se encuentra en Macondo a un hombre pregonando que si comer pollo lo hará o no homosexual; y en la pequeña isla del lugar, un anciano sobrevive a la tristeza de saber que sus amigos viven o desean con ansia residir en Miami. Tantos personajes de Macondo, extraños pero reales. Lástima, Macondo… existe.