Ecuador desfallece. La crisis institucional desbordante, la desconfianza total en la clase política, el descontento social, la desesperanza de los más vulnerables, la inmensa burocracia de los estamentos públicos que carcomen el presupuesto estatal, la galopante corrupción, la debilidad y desunión de una oposición castrada de ideas nuevas, junto a un gobierno absolutamente desorientado e ineficiente, sin brújula y con ausencia de verdaderos líderes, han conducido a un Ecuador que se enfría o, más bien, se congela en sus objetivos más importantes: derrotar la pobreza y alcanzar el desarrollo.
Estas tendencias, más grave aún, han conducido a un paupérrimo ambiente falto de perspectivas; sin embargo, proclive a permitir la aparición y crecimiento a líderes populistas y autoritarios que pretenden seguir gobernando a futuro, enterrando nuestros ideales de un mejor país. Es de esperar que de esta crisis generalizada puedan surgir voces y mentes más brillantes, menos calculadoras, más solidarias y centradas en lo que realmente importa, aunque pareciera que esta posibilidad sólo la consigamos con una lluvia celestial.