Fue suficiente que su excelencia, el Jefe del Estado dé la señal de partida para que 100 corifeos y ocho aspirantes se apresuraran a pulsar el botón, dando vida a la Ley de Comunicación.
Esto no debe llamar la atención; lo que sí llama la atención, y deja un mal sabor de boca, es el tremendo mal gusto con que se organizó el festejo oficial de este hecho.
Debemos ser conscientes de que sin la información recibida “de la prensa corrupta” no nos habríamos enterado de los tejes y manejes previos al feriado bancario, o de las inmorales contribuciones económicas a determinadas campañas electorales; nada habríamos sabido de la mochila escolar o del asalto al Banco Central, de donde se retiró el dinero en sacos llenos; no nos habríamos enterado del ‘comecheques’, de las proezas taurinas del superprimo, de la falsificación de títulos universitarios, de préstamos dudosos, como el caso Duzac, y muchas otras maravillas.
Nunca nada ni nadie podrá impedirnos pensar y expresar libremente nuestros pensamientos. Defendamos por tanto la existencia de nuestra única fuente de información, que son los medios de comunicación independientes. No permitamos que con maniobras poco claras se la trate de ahogar económicamente. Seamos solidarios con ellos y manifestemos de forma concreta nuestro respaldo y apoyo para que podamos seguir obteniendo información libre y no contaminada.
No olvidemos que el mundo es una rueda y que no habrá potencia humana que pueda detener su marcha, y por último revistámonos de paciencia y tranquilidad, pensando en ese viejo adagio popular: “No hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista”.