En este mundo, cada día más veloz, miles de negocios nos ofrecen distracciones con resultados rápidos, incluyendo la lectura. Hay cursos de lectura veloz que garantizan leer una cantidad de palabras en un minuto, acompañado de una compresión rápida.
Este tipo de curso resulta atractivo en nuestro medio, donde a la mayoría no se le ha inculcado el buen hábito de la lectura.
Recuerdo que en mi hogar, cuando era niña, nunca me compraron un libro (salvo los que tenía que usar en la escuela y en el colegio) o me dijeron “ponte a leer”.
Sin embargo, el ejemplo de mi padre me enseñó muchísimo; el hecho que dejara los libros en cualquier lugar de la casa me incentivó a que los cogiera y los explorara con esa curiosidad natural de los niños. Agradezco que en esa época no fueran comunes los celulares, el internet, las computadoras.
En su lugar los libros me dieron aprendizaje, crecimiento y la espiritualidad que no hallé en la religión.
Cada libro es un aprendizaje nuevo, por eso comparto con Gilbert Highet quien decía “que nadie sediento de aprender se ha quedado sin temas que explorar.
Los placeres del aprendizaje son auténticos, su verdadero nombre es el de felicidad. Podemos mejorar la duración, la calidad y la fecundidad de nuestra existencia alcanzando y preservando la dicha de aprender”.