Sorprende y preocupa constatar que, a pesar de la historia, ciertos sectores políticos y de otra índole pregonan aún la falacia de la existencia de dos iglesias: la de los pobres y oprimidos y la de los poderosos y opresores. Esta falacia, de corte leninista y aupada en su momento por la ya superada Teología de la Liberación, al desconocer que el mensaje de Cristo y su Iglesia es de carácter universal (sin exclusiones ni “descartes”), no pocas veces ha puesto en grave riesgo la unidad de la Iglesia Católica.
Dios no permita que se pretenda contaminar nuevamente a nuestra Iglesia con la dialéctica materialista de la “lucha de clases”, antítesis del amor. Quiera el Señor que jamás se concrete lo expresado por el teólogo italiano Flavio Capucci al comentar el libro de Antonio Gramsci ‘Cuadernos de la Cárcel’: “La polarización del cristianismo como conciencia política se convierte, en los países de tradición católica, en la premisa para la plena victoria del comunismo”…
¡Qué pena ser testigos de la segunda crucifixión de Cristo ejecutada esta vez en una hoz y un martillo y promocionada imprudentemente por el Mandatario del hermano país de Bolivia!