Estaba sentado en el filo del andén un joven con una herida en la cabeza producto de un cachazo de revólver, una personas que se le acercó le preguntó que si sentía dolor por el golpe al ver que lloraba, el aludido contestó que él lo hacía por rabia pues era la segunda vez que le robaban la laptop, que la había sacado a crédito y debía por ella más de la mitad.
Otro de los presentes le sugirió que ponga la denuncia y él respondió que eso no sirve para nada, pues a la hermana, que también le robaron, puso la denuncia, gastó tiempo y dinero, y no consiguió nada. Esta es la cruda y fatal realidad que vivimos todas las familias ecuatorianas. El delincuente cuando es perseguido en determinadas ciudades cambia de área de operación, por lo tanto es imprescindible que se mejore la inteligencia policial y militar para asfixiar las actividades de los malhechores, que prevalidos de que encuentran una sociedad desarmada actúan con una saña y encono jamás vista; si a esto le agregamos cierta permisividad de la ley para obtener fianza, difícilmente podemos creer que la inseguridad disminuya.
Lo grave es que el Presidente crea que la inseguridad ha disminuido, cuando la realidad es que la gente se abstiene de formular denuncias por inoficioso y por temor a las represalias conque amenazan estos sujetos. Las citadas estadísticas lo engañan, pero mucho más el corifeo de malos asesores que no le dicen la escalofriante verdad que vive el Ecuador.