Un proyecto político y más aún un proyecto nacional no pueden ni deben depender del unilateralismo, la unanimidad y la homogeneidad social, económica y política para su consolidación; aquellas personas, organizaciones o líderes que piensen que la pluralidad y la alternancia de poder son síntomas inapelables de ingobernabilidad y desestabilización comenten un craso error ya sea por ignorancia, politiquería o por la primacía de sus intereses sectarios por sobre el bienestar general.
Por consiguiente, la verdadera ingobernabilidad y desestabilización del desarrollo nacional en un contexto de justicia social y libertad tienen sus cimientos en la configuración de un sistema político monopolizado por una determinada fuerza política instrumentalizando instituciones, marcos constitucionales, políticas públicas y fondos públicos.
Esa ha sido lamentablemente la historia del Ecuador donde un proyecto de país llega el poder legítimamente pero hegemoniza su liderazgo excluyendo a la pluralidad de actores, lo que termina estableciendo mafias de poder sin ninguna legitimidad como fueron los conservadores, los liberales, el velasquismo, los socialcristianos y ahora los revolucionarios del siglo XXI.
Es por ello que la mayor garantía de gobernabilidad y estabilidad que un país puede tener para fortalecer su desarrollo integral, su empuje como fuerza nacional y su unidad democrática es el establecimiento de un sistema político institucionalizado, legítimo y popular donde a pesar de la diversidad, la pluralidad y la alternancia, el país funcione sin detenerse en pos de una genuina libertad y una verdadera justicia.