Huérfano del poder

Se dice que “no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague”, sentencia que en el plano del poder político tiene matices fatales, porque, en el caso de los mandatarios, cuando se cumple el plazo, empieza el pago de las deudas, de tal forma que si administró el poder con sabiduría, honestidad y sensatez , al cumplirse el plazo no debe nada a nadie, y por contrario, es acreedor del aprecio, respeto y admiración de la comunidad, es decir que no siente la orfandad del poder, no se siente desprotegido ni indefenso. En cambio sí administró el poder con revanchismo, prepotencia, felonía e impudicia, al cumplirse el plazo sentirá el peso de la deuda moral y política que acumuló en su contra, y, empezará el drama de la orfandad del poder y la necesidad de estar protegido ante su comunidad.

Cuando dejó el poder José Mujica, ex presidente de Uruguay, no necesitó protección de nadie, porque tiene el aprecio y solidaridad de su comunidad, no necesita blindarse ante nadie, en cambio, en el caso ecuatoriano, el presidente saliente prioriza, por sobre todo, su seguridad posterior y la de su familia , y al efecto expide un Decreto asegurándose protección por el lapso de un año, posterior al cese de las funciones, y, como va a radicarse en el exterior, no puede contar con seguridad militar ecuatoriana porque estaría afectando la soberanía del país anfitrión, tesis que esgrimió cuando solicitó la salida de los “marines” de la Embajada de EE.UU., por ello acelera la aprobación de la Ley de Seguridad que crea un cuerpo de agentes civiles, para poder contar con esta protección en el exterior, cosa inviable, porque, igual, los agentes civiles son funcionarios del Ecuador y, por tanto, no pueden desarrollar labores de protección, en el exterior, de quien no es funcionario activo del Estado ecuatoriano,.

La orfandad del poder es el drama de los totalitarios que nunca imaginaron volver a ser ciudadanos llanos, y, temen sentirse en las entrañas del pueblo, porque despilfarraron su mandato en beneficio de sus egos y ambiciones materiales, desmantelaron la estructura democrática de división de poderes e independencia de funciones y, la sustituyeron por un amasijo de instituciones sin proyección ni sentido social, pero eficaces para el caudillismo.  

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