En todas las actividades humanas se debe actuar honesta y eficazmente, lejos del accionar mediocre, que limita el desarrollo personal y social. El hombre mediocre no es una persona íntegra, en el aspecto ético su comportamiento responde en no pocas ocasiones a una falsa moral y doble discurso que utiliza al expresarse un vocabulario adornado, engañoso y habla de honestidad, lo que demuestra su inconsecuencia entre lo que predica y práctica.
José Ingenieros, ilustre filósofo y pensador, inmortalizó la tipología y estereotipo del hombre mediocre en su obra del mismo nombre y lo describió al hombre de ideales y principios morales, por lo cual se hace necesario reflexionar sobre los pensamientos de tan insigne maestro.
“El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad, es por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos reconocidamente útiles para la domesticidad. Su característica es imitar a cuantos lo rodean, pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios. Son rutinarios y mansos, piensan con la cabeza de los demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades convencionales. Su criterio carece de iniciativas, sienten con frecuencia envidia que los rebaja sin saberlo, esta pasión es la estima psicológica de una humillante inferioridad. Cuando se arrebañan son peligrosos”.
En nuestra deshumanizada sociedad, en la que los antivalores predominan como falsos paradigmas, hay que luchar con denuedo por vencer a la mediocridad en todos sus aspectos y cultivar siempre los ideales y principios que representan entre todas las creencias, el resultado más alto de la función de pensar y así diferenciarnos del hombre que simplemente vegeta.