Conmoción general. Desgarradoras escenas de dolor. Rostros humedecidos de lágrimas. Gritos que henchían el ambiente. Gente que musitaba una plegaria ante ataúdes revestidos del tricolor nacional a hombros de militares, que, sin duda se preguntaban: ¿Y si yo hubiese estado en la nave del siniestro en que perecieron veintidós de los nuestros?… Fulgores eucarísticos de consoladora celebración esparcían luz de esperanza pascual en la compungida asistencia.
Este misterio doloroso como el que más, apareció cuando los medios de comunicación informaron que el martes 15 de marzo habían perdido la vida 22 paracaidistas, en el accidente aéreo que se registró en la hacienda Palmira del poblado Fátima.
Diríase que los valientes guerreros hacían el salto de la vida ensayando la muerte. La primera mortaja fue su propio paracaídas. Mártires de las alas que llevan el corazón como un péndulo de sangre, suspenso sobre la trágica emoción de cada instante.
Bien dicen estas palabras de la elegía de David: “La flor de tus guerreros ha perecido sobre tus montañas…”.
¡Como cayeron los intrépidos guerreros y perecieron sus arma! Cristo crucificado y María de Fátima acójanlos con misericordia en la patria celestial.