Gracias a los guayaquileños se repatrió el cadáver de Montalvo

Montalvo murió en París el 17 de enero de 1889. Sus amigos Agustín Yerovi y Clemente Ballén desatendieron el pedido que les había hecho nuestro profundo y elegante escritor de llevar sus despojos al cementerio de Montmartre. Acudieron a un embalsamador. Contrataron una misa de cuerpo presente en la iglesia San Francisco de Sales y la ocupación temporal de una cripta.

El cadáver permaneció cinco meses en el extranjero. La vuelta fue posible por intervención de la Sociedad Republicana de Guayaquil, que envió a Clemente Ballén el dinero recogido para que los restos mortales fueran trasladados en barco. El 10 de julio de 1889 llegó el cuerpo a Guayaquil; pero por orden del arzobispo de Quito, monseñor Ignacio Ordóñez, la iglesia se opuso a la realización de las honras fúnebres y a la inhumación de los restos en el cementerio, porque el escritor no se confesó. Los fuertes reclamos del pueblo y la autoridad del general Reinaldo Flores, comandante del distrito, se impusieron para el homenaje en una capilla ardiente del cuerpo de bomberos La Unión.

El 12 de julio se efectuó la traslación al cementerio de Guayaquil a la bóveda 469. El epitafio decía: “A Juan Montalvo. Unos guayaquileños”. Ahí permaneció el ataúd casi 43 años. Por decreto de la Asamblea Nacional 1928-29, fue trasladado a Ambato, cuna de su nacimiento, el 11 de abril de 1932. La despedida fue multitudinaria, similar a la de su arribo. El tren que llevaba el féretro recibió saludos y flores en todas las estaciones, del litoral y de la sierra. 

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