Juan Pablo II fue el papa que conocí desde niña. Su muerte y la sucesión de Joseph Ratzinger como Romano Pontífice coincidieron con mi adolescencia. Se hablaba del nuevo Papa: conservador y poco carismático. Bastó su primer encuentro con jóvenes en Colonia para notar que si algo no le faltaba era carisma. No era Juan Pablo II, pero su sonrisa y su saludo: “Queridos jóvenes amigos”, lo convirtieron en nuestro Papa. Benedicto XVI ha sido ejemplo para nosotros. Entre tanta mediocridad, nos mostró que la verdad existe; que las cosas se dicen de frente: al pan pan y al vino vino; nos enseñó a bajar la cabeza ante los insultos y malinterpretaciones; su retiro fue una lección de humildad, una bofetada para un mundo que se aferra al poder. Ahora se despide con la frente en alto, disculpándose por sus defectos y ¡agradeciéndonos de corazón! Ante su actitud sólo cabe el grito de la Jornada Mundial “Esta es la juventud del Papa”. ¡Esta es la Generación Benedicto!