Un oscuro personaje oculto tras las flamígeras faldas del mismísimo dueño del averno, se atrevió a lanzar gas sarín sobre una multitud de civiles, pretendiendo amedrentar a sus opositores. Ignorante el pobre, no se percató de que la tercera parte de los atacados eran inocentes y confiados niños que reposaban al amparo del cielo damasceno. El tóxico pronto paralizó los músculos que hacen a respirar a los 426 infantes y les produjo la muerte por asfixia.