La propuesta de crear un cuerpo especializado para dar seguridad a funcionarios y familiares choca con la realidad nacional. En épocas recientes los presidentes y ministros no contaban con los séquitos pretorianos excesivos que se ven hoy, más bien se trasladaban con sobriedad y sin tanta alharaca.
Hoy los del común nos vemos expuestos a la sirena, las motos, las patrullas que exigen paso privilegiado a carros de vidrios oscuros que no se sabe si trasladan funcionarios, guaguas al colegio o amistades. Tanta seguridad no se entiende, pues si cuentan con el favor popular, ¿qué temen?
Que se conozca, no hay casos en los últimos cincuenta o más años de un funcionario vejado por ciudadanos. Y si es a la delincuencia a la que temen, contra ese flagelo tenemos todos derecho a protección.
Gentes que lo máximo que temían es al abacero no pagado, al cónyuge celoso, al vecino furioso o al ratero común, hoy ven amenazas siniestras que demandan metrallas, blindados y escoltas. Hasta entendible para los mandatarios pero aquí hablamos de cientos de jerarcas. Mucho Estado, mucha plata, prepotencia y desperdicio que pagamos todos, son cosas de estos tiempos.