Fernando Nieto Cadena, era un alegre irreverente del statu quo. Hombre apasionado de la literatura, cultor de la poesía y del ensayo, guayaquileño de cepa, decidió por esos motivos raros que tienen los poetas, cortar con lo que más amaba, su Guayaquil, para irse a radicar a México.
Le conocí y pude tratarle en el Cuarto Congreso de Literatura Latinoamericana, auspiciado por la Universidad del Valle, en Cali; su fuego era literario por sobre todos los amores e, igual que esa canción que la proclama siempre Julio Jaramillo, Nieto Cadena lucía como un broche colgando en su pecho, el “te odio y te quiero” a la ciudad que le había visto nacer.
Tuvo una gran amistad con Jorge Velasco Mankenzie desde la juventud. Ambos irónicos, testarudos, con vocación y narración lumpesca; ambos apasionados de la bohemia y la rigurosa manera de escribir bien; ambos irreverentes, porque había que ser irreverentes contra una cultura de poses y derroches.
Nunca se subió al pedestal de la burocracia, para proclamar lo suyo, ni pasar por inteligente, lo de él estaba en la letra “Papá duro para con el Ecuador”. A lo mejor le enseñaron que la letra con sangre entra. Se dedicó por un tiempo a la cátedra y luego a los talleres de creación literaria.
Murió pobre como todos los grandes, murió rico como todos los pobres.