A la vieja usanza de las vulgares cortesanas, las figuras del populismo y partidismo de la politiquería ecuatoriana no saben qué traje lucir para poder conseguir de los incautos sus votos.
Grotesco insulto a la inteligencia ciudadana, aspiran a embaucar nuevamente a los electores sin propuestas ni programas, usando las mismas mañas. Si de memoria sabemos quién financia las campañas.
Marionetas del dinero prostituyeron a la democracia en un bacanal de corrupción compartida: capitales millonarios por lo general mal habidos, apuestan a los políticos de todas las tendencias.
Estos, al llegar al poder pagan con intereses las deudas contraídas, asaltando bienes sociales, cargos públicos, o adoptando las conocidas medidas de malestar general; ciertos medios siguen de cerca los acontecimientos para desinformar y lucrar oportunamente, frente a la mirada de vigilantes armados que guardan celosamente el desorden establecido, mientras los religiosos hacen su agosto, vendiendo intangibles y lotes en el cielo a sus ingenuos devotos.
¿Quién es más ladrón? En este maloliente mercado, el que roba un banco o el que lo funda, aunque hay banqueros y banqueros, y ladrones y ladrones. Claro que la responsabilidad final, en mayor o menor medida, recae en todos: unos por autores, otros por cómplices o encubridores. Quienes permitimos la impunidad también tenemos parte de culpa.
Basta de ser espectadores pasivos, recuperemos la verdad y la institucionalidad ética de la sociedad, así como, su confianza, autoestima y valores. Todo ciudadano debe demostrar el origen lícito de sus bienes. Seamos los actores de la evolución, el orden, la transparencia, la puntualidad, el aseo y la integridad. Así haremos gobierno en un Ecuador más humano.
Exijamos trabajo digno, tesis e ideologías propias, libertad con responsabilidades, abolir privilegios, respeto al suelo y a la producción.
Dejemos de aplaudir al circo caritativo de bonos y de subsidios, concurramos a votar sin esperar milagros, sabiendo que la magia del poder no transformará a los políticos en honorables por la divina gracia.