El peruano César Vallejo dijo: “Hay un vacío en mi aire metafísico, que nadie ha de palpar, el claustro de un silencio a flor de fuego, yo nací un día que Dios estuvo enfermo” Ajusto el título de mi escrito a las consideraciones del escritor, jurista, Fabián Corral, hombre sin lugar a dudas respetable y con quien he estado casi siempre de acuerdo en los vigorosos análisis políticos contra el correato. ¡No faltaba más! Hombre mesurado. En este su último artículo “Interrogantes de una fe” (EL COMERCIO. 2.3.2018) con mucha pena no coincido para nada y además, he confirmado lo que dijo Jesús en Mateo 11-25: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños”. Puntualmente no creo que haya una “adhesión sin crítica” en nosotros los católicos; criticamos, pero estamos conscientes de que tenemos errores y debilidades; tampoco es “una fe del siglo XV” que se mantiene latente. Es simplemente creer, en las lecturas sabias de la Biblia que son grandiosas enseñanzas de fe y caridad, y amor por los hijos, por los nietos, por el vecino, por la humanidad contra la locura diaria que constatamos en el mundo, en todas las épocas, la buena Nueva del Evangelio refresca la esperanza y es esencialmente solidaridad humana profunda, nacida de una vivencia: la Cruz. La sentencia acertada y firme “Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera” de sor Juan Inés de la Cruz , es vasta.