Quien ha logrado escapar del dañino análisis histórico anticlerical y anti laicista, de muchos de nuestros historiadores e intérpretes, y quien conoce y ama la doctrina cristiana, puede aceptar que la separación de la Iglesia del Estado y la confiscación de parte de los bienes de la primera por el segundo, provocaron un bien no previsto a la Iglesia, pues pudo esta reinsertarse, así sea parcialmente, en el estado de libertad del sermón de la montaña, es decir, en su autenticidad, de donde extrae su fuerza y vigor espiritual. Todo alejamiento por voluntad propia o ajena, de cualquier tipo de poder terrenal, es para la Iglesia un aliento, un impulso para retornar al camino de la verdad, por lo que, aunque lo acontecido en ese cambio de siglo haya sido confuso y, aparentemente escrito en renglones torcidos: victoria y derrota, en lo eclesial fue una bendición. Alfaro, que bautizó a todos sus hijos, y no era anticlerical, quizá lo atisbó.