El ejercicio de la política, en sus conceptos naturales y cuando es realizado con madurez, educación, cultura e independencia, es un ejercicio noble, enaltecedor y ejemplar.
Había tiempos en que nos enorgullecíamos de escuchar los discursos en el Congreso, personajes de verbo fogoso, pero llenos de erudición, conocimiento, respeto; inundaban las ondas radiales, personajes de enfrentamientos ideológicos firmes, pero jamás de agresiones burdas, ni de expresiones llenas de improperios a falta de razonamiento. Allí tuvimos a señores de la palabra y el pensamiento, como José María Velasco Ibarra, Carlos Julio Arosemena Monroy, Camilo Ponce.
Lamentablemente, nos hemos convertido en espectadores de presencias carentes de iniciativa, limitadas a la repetición enfermiza de lugares comunes que muestran un espíritu vacío, sin bagaje alguno que mostrar.
A propósito de la situación política, escuchamos análisis que muestran más manifestaciones de lealtades fanáticas sin sentido, antes que la exhibición de pensamiento propio y razonado: por allí, un ex legislador y ex asesor presidencial, defiende que el dictamen de la Corte Constitucional es imprescindible para la convocatoria a Consulta, sin incluir el punto que dice que habiendo transcurrido 20 días, el dictamen se entiende favorable; más allá, una asambleísta se desgarra sosteniendo que cuando “su” presidente (ex – presidente ahora) recurrió a la misma figura para convocar la consulta en La Concordia, lo hizo en apego a la Ley, pero que hoy la misma acción ejecutada por el actual presidente es ilegal