Quién no ha conocido al menos uno de esos niñitos malcriados que al poseer el único balón del barrio les sobreviene una repentina popularidad. Fruto de las zalamerías de los nuevos mejores amigos, nuestro héroe se vuelver prepotente y caprichoso. No le basta y recurre al consabido berrinche o toma un atajo fatal: la típica amenaza de tomar la pelota y terminar el jueguito. Presurosos los compañeritos se humillan y marcan distancias con el que desentona, no sin antes colmar de elogios al malcriado, asediados por el temor de perderlo todo.