La obsesión que tiene el Gobierno por quitarle la hegemonía que posee en Guayaquil el Partido Social Cristiano, en la figura del actual alcalde Jaime Nebot, hace que destine cuantiosos recursos para seducir al pueblo guayaquileño, grande en población, y que en tiempo de elecciones representa votos, más que ninguna provincia.
El alcalde Nebot y el presidente Correa no se cansan de inaugurar obras en Guayaquil, al mismo tiempo que anuncian la ejecución de otras en el corto y mediano plazos, en la continuidad de una disputa sin fin. Bien por los guayaquileños y por su ciudad, que acoge con los brazos abiertos a miles de compatriotas que llegan a ella con la esperanza de encontrar trabajo y progreso.
Pero es triste ver la otra cara de la medalla, esa que muestran tantos pueblos de todas las regiones del país. Es la cara del retraso, del olvido, justamente los motivos que influyen en su gente para migrar a ciudades grandes como Guayaquil y Quito.
Quienes han tenido la oportunidad de viajar a la región oriental pueden dar fe de lo que digo. El Coca tiene un aeropuerto que nos avergüenza ante decenas de turistas que llegan diariamente atraídos por la belleza de nuestra Amazonía. Y qué decir de su terminal terrestre con sus calles aledañas llenas de baches y polvo ante el paso incesante de vehículos. En las veredas de estas polvorientas calles se han instalado negocios que expenden comida al aire libre. Eso es lo que come el pueblo expuesto a una enfermedad.
¿Podemos considerar esto como redistribución de la riqueza? ¿O el tan publicitado buen vivir que anuncia el Sr. Freddy Ehlers? ¿Por qué no se da una disputa igual en Quito? ¿O será que esta disputa entre el alcalde Nebot y el gobierno es un sainete?