Conocí a su padre, amigo de Luis Carrera y asiduo cliente de la CIMA. Le admiré como lector consumado. Vicio y hábito que sus hijos heredaron (a más de su dignidad como abogado). Sentí el aprecio de sus hermanos, algunos ya desaparecidos.
Los libros hicieron que con Diego estrecháramos afectos y solidaridades. La editorial “El Conejo” fue por algunos años su emblema y el horno de su quehacer cultural.
Con él viajamos a una Feria del Libro a Frankfurt y a Madrid (¿o a Barcelona?). Como un niño confiado fue llevando una escultura de madera que nunca supe qué hizo con ella. Por este amigo conocí a Alberto Acosta que fue un entrañable guía en esa inolvidable feria. He leído todos sus libros y sus escritos en la prensa. Siempre le conocí de buen humor. Un humor negro como el de Raúl Andrade.
Estos días he ido a admirar las acuarelas en el museo Muñoz Mariño. Acuarelas serenas y evocadoras. Veo que ha presentado su compilación Nux Vómica, me alegro a la distancia.
Creo que todo esto, ha causado envidia en el poder. Miré una sola vez ese asco de cadena nacional para ensuciarle infamemente. Deben ser de esos que jamás podrán escribir un libro, o leerlo. O pintar en paz un cuadro. Esos que jamás tendrán amigos como dispone Diego Cornejo. Amigos que nunca serán “golondrinas”, sino para toda la vida. Que quede en paz el periodista amigo. Siga escuchando a Piazzola, leyendo a Marco Aurelio o Montaigne. No hay mal y bochorno que duren cien años.