A la muerte de Chávez debió procederle un acto funeral solemne en la misma condición que cualquier jefe de Estado lo merece por su investidura, pero a la revolución bolivariana se le ha salido de las manos este nefasto acontecimiento desde inicios de su enfermedad, escondida y vigilada en un secretismo político de conveniencia electorera en el que la familia se ha visto manejada al antojo de los amigos revolucionarios cercanos a éste. El anuncio de su muerte según venezolanos opositores y bien informados seguidores a este caso, se produjo mucho antes de ello, tanto que tuvieron tiempo de planificar y manipular la sucesión del poder, ignorar y pisar la constitución por ellos mismos diseñada a su antojo y conveniencia.
Calificativos de líder, salvador, héroe para un sector de la patria venezolana están acorde a su tan magnificada y polémica obra, llena de retórica, divisionista de las clases económicas y sociales, con una pesada carga burocrática tan costosa que le ha generado una deuda externa 6 veces más grande en tan solo los últimos 4 años.
Queda a la muerte de Chávez un legado social populista que ha logrado quebrar a lo que debería ser la economía más fuerte y solvente de América Latina; no contentos con ello han decidido hacerle mártir y embalsamarlo para que a nadie se le olvide su paso en la historia poniéndolo en un pedestal desproporcionado.